jueves, 19 de diciembre de 2013

cuenta atrás (II)

tres días y medio más. las tres horas que faltan hoy, las seis horas de mañana, las del lunes y las del martes. y después se acabó este trabajo para mí. no más puto uniforme no más ver pasar la vida desde esta recepción desde la que no se ve la luz del sol. que conste que no es nada personal, no es un problema específico de esta recepción: arriba, los que trabajan en el departamento no están mejor. supongo que ellos creerán que sí, porque tienen un sueldo más alto y más responsabilidades y a algunos su trabajo les llena, es el trabajo que querían hacer, el trabajo al que aspiraban. están aquí de sol a sol aunque lo del sol es un decir porque no lo ven. 


arriba, en el departamento de innovación de este edificio tan cojonudo y tan inteligente y de diseño tan ultramoderno que el arquitecto se llevó algún tipo de palmadita oficial en la espalda, no hay ventanas que puedan abrirse para renovar el aire y no hay cristales transparentes, sólo tintados. no se aprecia si hace sol o está nublado. no se puede ventilar de la manera más simple, porque las ventanas no están diseñadas para abrirse. hace falta un sistema de ventilación artificial. lo mismo pasa en cada sala de reuniones, lo mismo pasa en la sala de conferencias, donde caben setenta personas. reunión tras reunión, respiran sobre aire ya respirado, viciado, contaminado. cuando alguien enferma enferman todos. 


y está el hecho objetivo: los que trabajan arriba aparentan más edad de la que tienen. casi nadie aparenta la edad que tiene y nadie parece más joven. todos los que llevan unos años arriba, envejecen más rápido de lo normal. no puede ser buena señal. 

los edificios en este complejo empresarial tienen paredes de cristal trucado. los de dentro apenas ven lo que hay fuera, pero los de fuera ven lo que hay dentro. esto, en edificios de muchas plantas, siempre me ha dado la sensación de granja humana. gallinas ponedoras en jaulas. humanos ponedores en jaulas. humanos productivos, eficaces, obedientes y agradecidos. 

ya me lo han dicho un par de veces: tienes suerte de que te despidan, eso ahora es un lujo. cualquier hijo de puta puede declararse en suspensión de pagos y hacerte trabajar gratis hasta que te pudras o te canses y te vayas tú sin paro ni nada que se le parezca. 

la otra mañana fui a tomar un café, estaba bastante resfriada y al primer sorbo me dio un ataque de tos. la reacción instintiva de la mujer que estaba justo a mi lado, que era poco más mayor que yo y que estaba desayunando con una compañera, fue poner a salvo de mis esputos su cartera de Marc Jacobs que probablemente cuesta más que mi indemnización por despido. y volví a contar las horas que me quedan de estar aquí. 

me acuerdo de un flemón bastante salvaje que me salió el año pasado. era fin de semana y no podía soportar el dolor hasta el lunes. probé todo tipo de remedios caseros, que hicieron efecto: el efecto de acelerar el proceso. en dos días tenía un flemón que aparentaba una semana. no podía soportar el dolor y me armé de valor y me lo exploté yo misma. recuerdo el dolor insoportable y recuerdo pensar que era imposible que toda esa mierda estuviera ahí dentro y sobre todo recuerdo la infinita satisfacción de después, ese profundo descanso y dormir sin que me despertara el dolor. me sentí muy orgullosa de mí misma por haber sido valiente (qué bestia, dijo el dentista) (pero has hecho bien, añadió) 
y ya ves, es un recuerdo tonto que me viene a la cabeza estos días. tres y medio.

(esta vez tengo que aguantar hasta el lunes. incluso hasta el martes. pero no me importa.)