domingo, 26 de junio de 2011

Alba

Imagen de Oleg Tchoubakov

Así, sin darnos cuenta, porque el tiempo se escurre y se desliza entre los dedos, hace ya seis o siete años que nos conocimos. Fue a través de nuestra amiga común Amae; mi hermana de corazón que ahora vive en Hannover, con la que puedo no hablar durante meses sin dejar de sentir que nos pensamos la una a la otra. 

Alba y yo nos hicimos amigas. Nuestros líos de pareja discurrían paralelos, y cuando quedábamos de vez en cuando para tomar algo, sorprendidas íbamos comprobando que nos pasaban las mismas cosas.

También cuando lo dejé con Marcelo, la llamé. A la semana siguiente, me llamó ella. Lo había dejado con su novio. Yo necesitaba compañera de piso y ella buscaba un piso. Se vino a vivir a La Casita de Colores, y hemos estado compartiendo esta casa ella, Iris y yo durante más de dos años. 

Ahora ella se ha ido, a pasar el verano viajando y luego a Francia, a estudiar con una beca al menos un año. Seguramente sea más, porque encontrará un buen trabajo, seguro. Porque Alba triunfará por donde vaya.

Y yo echaré de menos como ahora, porque ya he vivido con bastante gente. Llevo cinco años compartiendo este piso y he vivido con bastante gente. Y a la primera compañera que tuve, Atzi, que vivió aquí durante un año hace ya cuatro años, todavía la echo mucho de menos, y siempre será más que una amiga, otra hermana de corazón. Lo mismo que Alba.

Me ha encantado vivir con ella. Es muy buena amiga y muy buena compañera. Siempre echaré de menos que se levanta de buen humor, y que desayuna una tostada con algo salado, nunca dulce, y su fumarse un piti después de cenar, y las cervezas al salir del curro que se le iban de las manos y aparecía al día siguiente, y su capacidad de ser responsable y a la vez una fiestera inconsciente, las veces que la escuché decir 'se nos fue de las manos', su buena mano con el bricolaje y todo lo que contribuyó a hacer mejor y más bonita y habitable nuestra casita, las cenas que nos montábamos en un abrir y cerrar de frigorífico, su gusto por las piparras, por los berberechos, por las banderillas, por el queso azul, su gusto musical, su infinita paciencia cada vez que le colocaba una multa en el carné de la biblioteca que, en su infinita bondad, siempre me prestaba; su generosidad vital, su risa de más colores que las paredes de esta casita.