domingo, 23 de mayo de 2010

Saber que quiero volar, porque recuerdo

aquel columpio sin columpio en cuya estructura trepábamos como dos monas, practicando durante horas, como las exigentes gimnastas de diez años que éramos. Aquellas barras sin colchonetas a las que sobrevivimos enteras: nuestros coxis, nuestras columnas vertebrales con flexibilidad felina.

Y aquella valla rodeando la pista de patinaje, y dar volteretas y más volteretas con la tripa en la barra.

Y en la valla que delimitaba el campo de fútbol: volteretas y más volteretas.

Y aquellas acrobacias en los columpios de hierros del barrio -con salida en pino puente hacia atrás.

Y subirme a las ramas de la encina y colgarme cabezabajo.

Y los saltos mortales y los saltos imposibles al tirarnos a la piscina.

Saber que quiero volar; soñar que vuelo. Despertarme y estar volando.